Las salinas de Maras

Las salinas de Maras

El valle del río Urubamba es escenario de las espectaculares salinas de Maras. Un manto blanco de pozos de sal que es viva muestra de un uso sostenible de los recursos por el ser humano. Las minas de estos salares llevan produciendo comunalmente desde hace cientos de años, siendo fuente de un mito de gran relevancia para la cosmovisión inca.

El salar del Perú

Cuando alguien piensa en salares, es inevitable que le venga a la cabeza Sudamérica. En efecto, la formación de salinas es un fenómeno singular que, no siendo exclusivo, se da principalmente en este subcontinente. Los salares de Chile, Bolivia y Argentina son conocidos a lo largo y ancho del planeta. Quizás por eso pase más inadvertido otra de las maravillas naturales que esconde el Perú: las salinas de Maras.

Situadas al noroeste de la inmortal Cusco, se trata de un complejo de explotación salina cuyos orígenes se remontan a la época incaica. Estas minas cuentan con más de 5.000 pequeños pozos (5m2) que se extienden en terrazas sobre las faldas de la montaña Qaqawiñay.

El panorama que se forma es de una belleza insólita: oteando desde lo alto del cerro, se observan los miles de pozos blancos que brillan radiantes con el sol. Al atardecer, la piedra caliza tiñe de ocre el agua de los pozos, mezclándose con los tonos azafrán y verdoso de las montañas. Un paisaje cálido y conmovedor, con el majestuoso río Urubamba de fondo.  

Un trabajo artesanal y ancestral

La sal fue muy apreciada desde tiempos inmemoriales, en cualquier rincón del planeta. En las salinas de las Maras, se produce una perfecta simbiosis entre naturaleza, tradición y trabajo artesanal.

Un pequeño riachuelo o quebrada nutre de agua salada durante los meses de julio y agosto. El agua se filtra en los pozos, que van almacenándola. Es entonces cuando el omnipotente sol hace su trabajo, evaporando el agua y solidificando la sal. Así, se van formando los ansiados bloques.

Los hacendosos trabajadores no permiten que se formen bloques de más de 10 centímetros. Con su depurada técnica, consiguen extraerlos con facilidad para embolsarlos en plástico. Una vez obtenido, son enviados a los distintos mercados de la región, tal y como se hacia antaño.

Durante la época de lluvias, entre los meses de diciembre y marzo, la fuerza productiva no espera ociosa: el parón es aprovechado para refinar y yodar la sal, así como para vender el preciado producto final.

Como se ha mencionado con anterioridad, la extracción de sal en Maras es una actividad que data del período incaico. Entonces, su organización era colectiva y de gestión imperial.

A día de hoy, los pozos tienen titularidad individual (o familiar), siendo heredados generación tras generación. No obstante, se ha venido manteniendo la gestión comunal pretérita. De este modo, la cooperativa actual da trabajo a más de 260 personas.  

La leyenda del riachuelo salado

Es evidente que un lugar con una importancia económica y social tan enorme esté cargado de un simbolismo ancestral para sus habitantes. El Imperio Inca le otorgó un papel significativo en su cosmovisión. El relato que narra la formación de las salinas de Maras está ligado al de la fundación de la mismísima ciudad de Cusco, capital del Imperio.

Los protagonistas de la leyenda son los hermanos Ayar: Ayar Cachi, Ayar Auco, Ayar Ucho y Ayar Manco. Sus aventuras y desventuras terminaron inhabilitando a todos los hermanos, excepto a Manco. Su impávida esposa y él son quienes terminan por fundar la ciudad y, por ende, el Imperio. Por el camino, sus hermanos fueron quedándose debido a tragedias, luchas y traiciones.

Cuando Ayar Cachi recibió la noticia de que no sería él quien fundase el Imperio, se sube a la cima de una montaña a llorar desconsolado. Sus lágrimas inundan los terrenos actuales de las salinas, siendo secadas por el imponente sol. Como consecuencia, tuvieron lugar estas formaciones salinas. Además, se formó una sal de piedra especial, distinta a las demás; su color lila es el de los dioses andinos.

Cuenta la leyenda que antes de morirse, Ayar Cachi tuvo una petición. Vacío de rencor, pidió que su cuerpo fuese entregado en forma de sal a quien había sido su pueblo. Así, se repartió entre todos y todas las incas, en forma de este preciado producto. Repartir el cuerpo de un ser legendario, ¿les suena de algo? Se dice también que esta sal fue esparcida desde la meseta paran a todo el Tahuantinsuyo.

¿Y cómo llegar al hermoso pueblo de Maras?

Las salinas reciben su nombre de un pueblito localizado a unos 6 kilómetros de distancia. Con apenas 6.000 habitantes, Maras tuvo una enorme importancia comercial durante la época del virreinato, siendo un paso obligado para los arrieros y sus recuas de mulas; transportaban los productos de la selva alta tropical -principalmente hoja de coca- a la ciudad de Cusco.

Con los último descubrimientos arqueológicos se supo que hubo población desde la época preincaica.

Caminar por este pueblo es sumergirse en la época colonial. Sus humildes casas de adobe y enyesado blanco conservan dinteles de entonces. También de adobe es la principal atracción del pueblo, la Iglesia de San Francisco de Asís. En su interior se guardan algunos lienzos del pintor de la escuela cusqueña, Antonio Sinchi Roqa Inka.

Si están de paso, es de obligada visita la casa del fundador de la ciudad, el español Pedro Ortiz de Orue, ubicada en la Plaza de Armas. Y por supuesto, una paseíto a lo largo de la calle Jerusalén, donde se ubica la casa del inca Tupac Sinchi Roca, la portada jesuita y la portada de Sancho Usca Paucar. Que el sucinto tamaño no les engañe, ¡Maras exuda historia por sus rincones!

Para visitar la ciudad y sus salares se recomienda arreglar la ruta con algún vehículo desde Cusco. Son 50 kilómetros de ruta asfaltada y 7 de trocha, a partir del desvío. No requerirán una gran preparación, pues el trayecto apenas dura una hora. Seguro que no se arrepentirán.